jueves

Tierra arrasada

Es importante entender que un soldado combate por ganarse su paga, o porque su gobierno lo obliga a hacerlo. ¿Qué pueden perder los que siguen a los rebeldes, aparte de su vida? Nada, no tienen nada que perder.


Los sesenta estaban llegando a su fin con su estela de transformaciones y protestas sociales en casi todo el mundo. Había pasado el Mayo Francés y varias camadas de estadounidenses habían conocido las desventuras de una guerra tan bárbara como inútil, en el sudeste asiático. Ya habían asesinado a John y Robert Kennedy y a Martin Luther King cuando Marlon Brando, en su momento de esplendor, quiso dar un vuelco a su carrera para interpretar en la pantalla esa rebeldía que se manifestaba en las calles. Fue en ese clima que conoció la obra del italiano Gillo Pontecorvo, quien venía de filmar La Batalla de Argel.
El director, a su vez, se había interesado en la historia real de una masacre ejecutada por los españoles en una isla del Caribe en 1520, cuando sofocaron una revuelta indígena eliminando a la población nativa para remplazarla por esclavos negros luego de incendiarlo todo. Pontecorvo se juntó con Franco Solinas y Giorgio Arlorio y surgió el guión de Queimada, una joya del cine de aquellos tiempos, con un inmejorable Brando. El actor encarna a William Walker, un agente inglés contratado por el directorio de una compañía azucarera que, mediante amañados acuerdos comerciales, es la virtual dueña del país, independizado de Portugal poco antes.
El gobierno de Queimada enfrenta la insurrección de un grupo de trabajadores negros y mulatos acaudillados por José Dolores, que se refugian en las montañas y ataca a las plantaciones. Dolores, armado convenientemente por Walker, había protagonizado la independencia, una década antes.
El film, visto a la distancia, puede parecer un tanto denso, por momentos pesado. Dicen incluso que Brando terminó sin hablarse con Pontecorvo, porque no se ponían de acuerdo sobre el perfil que correspondía darle a Walker. En todo caso, el ex miembro del almirantazgo británico devenido en lo que hoy sería un “contratista privado”, aparece con una dosis bastante exacerbada de cinismo como para dejar a lo largo de las poco más de dos horas algunas lecciones de política que viene bien a cuento ahora que el gobierno de Barack Obama inició el retiro de las tropas de combate de Irak. Y su remplazo por contratistas y asesores privados. Mientras tanto, Afganistán sigue siendo una arena movediza de la que les resultará imposible retirarse con alguna elegancia.
“Estoy aquí, en calidad de consejero militar, invitado por el gobierno de Queimada, encargado por la Antilles Sugar Company y autorizado por el gobierno de Su Majestad Británica”, le dice Walker-Brando a los directivos de la empresa y las autoridades del imaginario país. El “asesor” insiste:
“Tenemos que meternos en la cabeza, que si tenemos éxito en eliminar a José Dolores, no será porque seamos más valientes que él, o más heroicos que él; sino sólo porque tenemos más armas y más hombres que él. Es importante también entender que un soldado combate por ganarse su paga, o porque su gobierno le obliga a hacerlo. (…) ¿Qué pueden perder los que siguen a Dolores, aparte de su vida? Usted, en cambio, General, tiene mucho para perder: esposa, hijos, casa, carrera, ahorros, sus hábitos, placeres y aspiraciones normales. No hay de qué avergonzarse, pero es así. De hecho, según sus informes, José Dolores tiene unos pocos centenares de hombres, pocas armas, muy poca munición, y ningún equipamiento. Usted, en cambio tiene miles de soldados y armas y equipamiento modernos. Sin embargo, en seis años, no han logrado ninguna victoria. ¿Por qué? Porque las bases de ellos están en la Sierra Madre. Y allí no hay posibilidades de sobrevivir. Ni un árbol, ni un pedazo de hierba. Y los únicos animales son víboras y escorpiones. (…) A pesar de ello, hace seis años que los guerrilleros tienen allí sus bases. ¿Cómo es posible? Porque hay una serie de pequeñas aldeas, en las pendientes de la Sierra. Gente pobre con condiciones de vida miserables, que no tienen nada que perder. Los guerrilleros son su única salvación.”
Según la información oficial, la última brigada “de combate” estadounidense cruzó las fronteras de Irak pero 50 mil tropas “no combatientes” se quedarán para capacitar a las Fuerzas Armadas iraquíes. Entre ellos habrá probablemente unos 7000 contratistas privados. Son 7000 Walkers diseminados en un territorio devastado luego de siete años de una invasión con la excusa de terminar con el gobierno de Saddam Hussein –el ex amigo entrenado y armado por Washington– y su inexistente arsenal de armas de destrucción masiva. Luego de cientos de miles de muertos entre la población civil, y oficialmente unos 4500 uniformados estadounidenses, se registran regularmente atentados suicidas, como el que el martes dejó 60 muertos en un centro de reclutamiento para las tropas iraquíes.
Obama concentrará ahora todos los esfuerzos bélicos en Afganistán, ocupado desde octubre de 2001, en este caso bajo el argumento de la búsqueda de las bases de Al Qaeda y su líder Osama Bin Laden –también entrenado por los Estados Unidos– a quienes se acusó de los atentados en las Torres Gemelas de Nueva York. Pero allí también hay grupos irregulares que, como no tienen nada que perder, resultan imposibles de derrotar.
A pesar de tanta parafernalia bélica hollywoodense y de estrategias de márketing político, los Estados Unidos vivieron más fracasos que éxitos en el plano militar en las últimas décadas. Algo insólito tratándose de la primera potencia mundial, con un poderío bélico y una capacidad de destrucción jamás conocidos en la historia de la Humanidad. Porque en la práctica, la última batalla en la que pudo haberse sentido ganador fue la Segunda Guerra Mundial.
Pruebas al canto: tras el fin de esa contienda multinacional, se registró la Revolución China, con la toma del poder de Mao Tse Tung, el 1 de octubre de 1949. Pocos meses más tarde, en junio de 1950, en uno de los primeros conflictos de la Guerra Fría entre Washington y Moscú estalló la guerra de Corea. No viene muy al caso el detonante de conflicto, lo concreto es que, como la definición se demoraba, el general Douglas MacArthur, una suerte de virrey de Japón, propuso arrojar una bomba atómica en China. Una locura que el presidente Harry Truman y el Congreso no aceptaron por el riesgo para la salud del planeta, teniendo en cuenta que del otro lado estaba Stalin. Truman destituyó a MacArthur, a pesar de las protestas de la derecha republicana. Y a la muerte del líder soviético, en julio de 1953, se firmó el Armisticio de Panmunjon, que implicó un empate y consolidó la partición del país a la altura del paralelo 38.
Pero los Estados Unidos no tardaron mucho en inmiscuirse en Vietnam, donde los franceses habían sido derrotados por los ejércitos del general Vo Nguyen Giap, en 1954. La escalada bélica se desarrolló a partir de 1959 y fue el más grande de los fracasos en la historia estadounidense. No sólo por la cantidad de vidas que se llevó la contienda, sino por lo que implicó en términos de debate sobre el rol del país como superpotencia imperial y las consecuencias sociales y culturales que arrastró.
Luego de haber extendido la guerra a Laos y Camboya, el 27 de enero de 1973 representantes de los Estados Unidos, Vietnam del Sur y Vietnam del Norte concluyeron las negociaciones de la Conferencia de París con los acuerdos que marcaron la retirada de los ejércitos estadounidenses. Una rendición, el triunfo de David frente a Goliat.
Desde entonces, salvo que se compute un éxito rotundo a la invasión de Granada en 1983, o la de Panamá en 1989 para expulsar del poder a su ex agente Manuel Noriega, el resto de las intervenciones armadas terminaron en bochornos más o menos evidentes. Comenzando por la invasión de Bahía de Cochinos en 1961. Luego vendrían participaciones en Somalía, en 1993, en Haití en 1994 y 2004, en los Balcanes, desde 1995.
En todos estos casos el resultado fue el mismo: a partir de la presencia de tropas estadounidenses quedó tierra arrasada, estados destruidos o inexistentes. Pero se incrementó el negocio de la guerra en manos privadas. Los mercenarios ganaron la partida a pesar de perder la guerra. Quizás porque la guerra consistía sólo en eso, en dejar tierra arrasada.
Como en Queimada.

Tiempo Argentino
21 Agosto 2010

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