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Tragedias griegas

El oráculo es la respuesta que un dios daba a una indagación personal, casi siempre relacionada con el futuro del consultante, y por extensión, el sitio donde se desarrolla el augurio. En la antigua ciudad de Delfos, al pie del monte Parnaso, estaba el tal vez más famoso de los oráculos. Era un templo donde en la época clásica moraba Apolo y al que recurrían los helenos en busca de señales sobre el porvenir.
Pero sus profecías tenían ese toque de misterio que agiganta las respuestas al precio de hacerlas evasivas, difusas. «Si Creso cruza el río Halys, caerá un imperio», le respondió el oráculo al enviado del rey lidio, un día del año 547 antes de Cristo. Se venía Ciro II con sus batallones persas y algo había que hacer, aparte de diseñar estrategias de batalla con los generales. La respuesta daba confianza y el rey siguió al pie de la letra lo que interpretó como un signo positivo. Efectivamente un imperio cayó. El de Creso.
La anécdota, conocida desde la escuela, es ilustrativa de lo que ocurre por estos días en aquella región bañada por el mar Egeo. Porque el porvenir que le esperaba a los griegos actuales parecía claro desde hace tiempo. Pero, enfrentados a su destino de europeos, marcharon hacia un final que no por anunciado es menos dramático.
Los mismos gurúes que habían dibujado perspectivas jugosas con los papeles de la deuda griega –mientras en Atenas barrían debajo de la alfombra el déficit mediante una ingeniería financiera elaborada por Goldman Sachs y JP Morgan–, diseñaron como remedio un escenario de brutales recortes presupuestarios sin tomar en cuenta que, para imponer esas conocidas recetas neoliberales, deberían lidiar con una población hastiada de pagar siempre los platos rotos de una fiesta a la que nunca es invitada.
La bomba, activada durante el período del conservador Kostas Karamanlis en el gobierno, le estalló a Giorgios Papandreu en las manos. Como en las tragedias de Eurípides, el primer ministro socialista iba derecho hacia la catástrofe y lo sabía. Pero no podía hacer nada. Pertenecer a la eurozona implica aceptar reglas de juego como las que impusieron la Unión Europea y el FMI.
El final también es previsible.

Revista Acción
10 Mayo 2010

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