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Sincericidio a la alemana

Si algo puede decirse de Horst Koehler es que no se guarda nada. Incluso, que habla de más, cuando mejor le hubiese valido quedarse callado. Lo recuerdan muchos argentinos de los años críticos que siguieron al cambio de siglo, cuando desde su poltrona como máximo responsable del FMI daba consejos sobre qué hacer con la economía nacional, devastada por el derrumbe de la convertibilidad. Era el rostro serio y admonitor que despotricaba contra «la lentitud» de los gobiernos que sucedieron a la Alianza en responder a las inquietudes del organismo internacional.
Renunció al FMI en 2004, un año antes de que Argentina pagara toda su deuda con el Fondo y abandonara sus políticas de fiscalización de las cuentas. Nacido durante la ocupación nazi en Skierbieszów, Polonia, de una familia germana que escapaba de Moldavia al fin de la guerra, Koehler había accedido a la primera magistratura de su patria de sangre.
El cargo de presidente, en la actual Alemania, es un puesto descansado, tranquilo, protocolar. Alejado de los enredos que aquejan a cualquier mandatario latinoamericano o francés. Ni siquiera parecido a la escasa tarea que desempeña un presidente italiano o la reina de Gran Bretaña.
Es decir, una tarea para no despreciar, una beca adecuada y razonable para un economista doctorado en la Universidad de Tübingen que hizo carrera en el gobierno federal, dentro de la Unión Demócrata Cristiana, y había tenido una activa participación en el diseño del Tratado de Maastricht que dio nacimiento al euro.
Reelecto en 2009, y cumplidos los 67, podría haberse jubilado en el cargo en cuatro años, de no ser por un ataque de sinceridad. Fue el 22 de mayo, cuando explicó en una radio las razones para que Alemania mantenga tropas en Afganistán, como lo viene haciendo desde 2002.
«Un país de nuestro tamaño, que está centrado en las exportaciones y por lo tanto depende de su comercio exterior, debe ser consciente de que los despliegues militares son necesarios para proteger nuestros intereses», dijo.
El escándalo que provocaron sus palabras lo obligó a renunciar una semana más tarde. Los 4.500 soldados alemanes siguen en Afganistán.

Revista Acción
15 Junio 2010

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